Ayer aprendí que compasión es sentir lo que siente el otro, compartir el dolor…
Cuando fui a la cárcel con mis compañeros, no sentí lástima sino compasión por ellos y ellas, independientemente de lo que hayan cometido.
Al atravesar las puertas despintadas con el tiempo y ver el sol que se escondía detrás de los muros que cubren ese lugar de encierro, pensé cuanta soledad y cuánta tristeza hay aquí. Lo vi reflejado en las rejas gruesas, en los cerrojos, en las paredes robustas, en las ventanas pequeñas en las que se asoman frazadas y telas, en cada centímetro del lugar que recorrí.
En la entrada había ladrillos que seguramente no serían utilizados para construir aulas sino para hacer más espacios de soledad, de reclusión. Pensé entre mí ¡qué caro se pagan los hechos adentro, para que después te lo reprochen afuera! Me pregunté ¿así la sociedad piensa que se van a “insertar” o “rehabilitar”?
Cuando llegamos a la capilla de la cárcel sentí que Dios les brindaba un lugar en dónde se olvidaban por completo que estaban privados de la libertad. Un salón con bancos de iglesia ya viejos, tal vez descartados por otros lugares, cuadros de la Virgen, de Jesús, un pequeño altar y detrás una cruz e fierro la cual tenía una silueta sobre ella, estos elementos componen la sala de la capilla. En los costados hay unos ventanales que dejaban entrar claridad y fuera de estos había muchas palomas formando su nido. Más de uno quisiera ser como una de esas palomas…
La esperanza colmo el lugar, pasó de ser triste a ser alegre, lleno de risas emociones y nuevas relaciones. Noté la gran necesidad que tienen de comunicarte lo que sienten, sus causas, sus gustos, su futuro afuera, las ganas de decir al mundo: quiero cambiar.
Efectivamente la mayoría de los seres que estaban ahí quiere cambiar, quieren ser mejores personas por eso se refugian en Dios, en el estudio, en la escritura. Aprovechan las oportunidades que les brinda la cárcel porque en algún momento los que debían ocuparse no lo hicieron.
Esas pequeñas cosas que pueden ser para nosotros que estamos libres como estudiar, aprender a leer, tener maestros, para ellos es un tesoro, que los escuchen, que los comprendan y los valoren como personas.
Muchos de los internos comenzaron la escuela primaria en la cárcel, vienen de familias humildes, tal vez si hubieran recibido la atención necesaria y básica que merecemos no hubieran caído en el encierro. Esta es mi postura, no justifico ningún delito pero trato de ver la raíz del problema, porque siempre se ven las consecuencias de lo último del proceso pero no se indaga el interior.
Educación, vivienda digna, trabajo ¿es mucho pedir? En estos tiempos sí es mucho, el sistema se preocupa por enriquecer a sectores del poder y empobrecer al resto… por eso las cárceles están repletas de pobres, morochos, analfabetos mientras que los ladrones de guante blanco se pavonean en el poder frente de nuestros ojos.
Escrito por Mayra Benejam